viernes, 22 de abril de 2011

Santa reflexión o la ausencia de los axiomas

Mientras leo el libro del Eclesiastés (uno de mis favoritos) saltan a mi mente varios pensamientos. El libro, que su autor es anónimo, siguiendo las corrientes literarias de la época, en la que muchos autores se desconocen, me llama la atención un capítulo en especial. El capítulo ocho, versículo once, titulado El misterio de la ausencia de Dios, en el cuál el autor propone como algo “desconcertante” (esa es la palabra que tengo a la mano en mi traducción) que las acciones malas no son inmediatamente juzgadas y castigadas y que así los hombres encuentran un incentivo más para inclinarse hacia la maldad. Estamos hablando que el poeta vivió en el siglo III antes de Cristo, imagínense en esta época actual, donde los poderosos y adinerados encuentran subterfugios en la ley y la opinión publica para salirse con la suya. Para muestra un botón, y realmente no quiero revivir el cuadro de horrores y casos sin solución de mi isla, que poco a poco se convertido en un cuento terrible a lo Poe. Dice más el escritor, y asegura que es “desconcertante” como hay justos en esta tierra a los que les pasa todo lo malo que a un injusto le debería ocurrir y viceversa.

Los inocentes paga y no hay Dios que lo evite, digo, la vida es una y hay que saber que caminos recorrer. Algo así como la condición humana brinca a mis oídos, un ser para la muerte, un ser efímero en todo su conjunto, el cual está amarrado al caos que es la vida. Opino que el autor debió haber conocido o escuchado de la filosofía de los cínicos, Antístenes, Diógenes de Sinope etc., los cuales postulaban la sencillez y la pobreza extrema como la manera más elevada de la virtud. Además de predicar que los trabajos, las riquezas y los placeres eran ejercicios fútiles ante lo pasajera que era la vida. El capítulo uno, versículo tres, titulado con cierto cinismo El eterno retorno: ¿para qué?, nos dispara una pregunta muy a lo Diógenes: ¿Qué le queda al hombre de toda sus fatigas cuando trabaja tanto bajo el sol? Respuesta para esto se puede encontrar en el capítulo ocho, versículo quince, donde a la manera de Horacio y Ronsard nos insta a vivir la alegría, ya que la única felicidad para el hombre es comer, beber y regocijarse.

Por último hago la comparación de la filosofía cínica con Qohelet (así se hace llamar el autor) ya que hay una máxima que dice:”Perro vivo vale más que león muerto”, esto porque el adjetivo para perro en griego era kyon y los cínicos eran llamados kynikos, que era algo así como aperreados (disculpen el wikipediaso). El capítulo finaliza en el nueve con el versículo cinco, con una cita, con la cual Sartre estaría de acuerdo: “Los vivos saben que morirán”, digo, Sartre hablaba sobre la angustia del ser, que la vida era una angustia porque sabemos que un día terminará, sabe el hombre donde nace y no donde va a morir… Disfruten la playa en este día.