jueves, 5 de mayo de 2011

La pera del inquisidor


Después de haber arrancado la confesión a un malinterpretado hereje, Torquemada llegó al Convento de San Pablo en Valladolid. Cuando abrió la puerta se percató de una canasta que contenía unas inofensivas peras. No pasó ni un segundo, cuando el hambre le dio una punzada a su estómago. Se acercó a ellas y extendió la mano para tomar una. La asió y se deleitó en las simétricas curvas que poseía la misma. Tanteó una vez más la textura y percibió una suavidad que lo obligó a propinarle un mordisco. Mientras masticaba, exclamó:

-¡Ésta no me destrozará la quijada! -saboreó triunfante y tragó.

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